El corazón del sonido y la imagen: laboratorios donde la comunicación cobra vida

Al cruzar la puerta de los laboratorios de radio y televisión Alfonso Espinosa de los Monteros en la Universidad Laica VICENTE ROCAFUERTE de Guayaquil, se percibe algo más que un espacio lleno de equipos de última tecnología. Aquí, el sonido y la imagen no solo se graban: se piensan, se sienten, se afinan. Es un lugar donde los futuros comunicadores aprenden que cada palabra y cada encuadre pueden marcar la diferencia entre un mensaje poderoso y uno que se pierde en el ruido.

Rafael Torres Ortega, licenciado en música y técnico superior en sonido y acústica, es quien cuida de este espacio. Su labor va más allá de coordinar horarios y asegurarse de que todo funcione; su verdadera misión es que los estudiantes comprendan que el dominio de la técnica es inseparable del respeto por el proceso creativo.

—Aquí no solo se encienden micrófonos y se presiona “grabar” —dice, mientras acomoda una consola de audio—. Se planifica, se produce y se perfecciona.

Los laboratorios no son aulas comunes. Son entornos donde la práctica profesional empieza desde el primer momento. No hay margen para la improvisación sin sentido. “Se inculca que los estudiantes vengan con una idea concreta”, explica Torres. “No se trata de usar los equipos porque sí, sino de aprovecharlos al máximo con un propósito real”.

Aquí, la disciplina es parte del aprendizaje. No hay lugar para comidas ni bebidas. Silencio absoluto cuando el micrófono está encendido. Postura correcta, volumen adecuado, entonación precisa. Porque hablar en un estudio no es lo mismo que conversar en un pasillo. Cada inflexión cuenta. “Desde el primer uso de los laboratorios se les enseña que esto no es un aula más; es un entorno profesional. Quien aprende a desenvolverse aquí, lo hará con naturalidad cuando llegue al mundo laboral”, añade.

Los equipos disponibles no son pocos. Computadoras potentes para edición, micrófonos de alta fidelidad, cámaras de video y fotografía, consolas de audio, mezcladoras de imagen y un escenario especializado. Un arsenal tecnológico que está al servicio de la creatividad, pero que exige precisión y conocimiento.

Y aunque el tiempo es el mayor enemigo, el desafío no está en correr, sino en organizarse. Los estudiantes deben adaptarse a los horarios y trabajar con eficiencia. Así es en el mundo real, y así se aprende en la ULVR.

Porque en estos laboratorios no solo se experimenta con el sonido y la imagen. Se aprende a contar historias con profesionalismo. Se entiende que la comunicación es un arte que requiere técnica, y que detrás de cada gran producción hay una base sólida de esfuerzo y preparación.

En la ULVR, la voz no solo se escucha, se proyecta.

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